*Aviso: se recomienda la lectura de esta crítica con la banda sonora que puedes encontrar en los enlaces*
Sorprendieron varias cosas en la velada musical del 24 de septiembre en el teatro de La Laboral de Xixón. La primera tenía lugar entre las butacas. Entre las más de 600 personas que esperaban la salida de Benjamin Clementine, reinaba un silencio que reclamaba romperse. Entonces el artista apareció sobre el escenario como la llama que toca el oxígeno. Estallaba el primer aplauso.
Clementine es un hombre joven, alto y elegante. Ya no usa aquel abrigo de lana largo y oscuro con el que solía salir en escena, pero su presencia sobre las tablas no ha perdido un ápice de solemnidad. La elegancia de una persona no se mide solo por su indumentaria, pero si tenemos que comentar el espectáculo de un artista que también se ha definido a través de un imaginario visual muy personal y potente, no deberíamos dejar pasar estos cambios en su indumentaria: menos prendas, colores más claros, un mayor aire de sencillez y gracia. Clementine, no obstante, sigue sorprendiendo más por el mantenimiento de viejas costumbres. Todavía pisa descalzo el escenario.
Comenzó solo, delante del piano, tocado por unos rayos de luz que bajaban en diagonal desde el techo, como lo hacen en las pinturas de Fra Angelico. En efecto, el escenario de La Laboral comenzó a asemejarse a una capilla. «Tantas etapas que matar/tanto tiempo para un acto/llorar» rezaban los versos de ‘Atonement’, la canción de expiación con la que arrancó este concierto y todos los que le han precedido a lo largo de la gira que lo trajo hasta aquí. Zúrich, Oporto, París, Londres, Bruselas, Hamburgo, Berlín… son algunas de las ciudades que antecedieron la parada en Asturies, la tercera en nuestro país. El londinense lleva un mes recorriendo Europa para presentar su nuevo trabajo, ‘And I have been’, su tercer álbum, pero el primero de una trilogía con la que pretende poner un punto a su faceta musical. Clementine compone, produce e interpreta una obra gestada durante la pandemia y dedicada a explorar un sentimiento: el amor.
Durante la actuación, sobre el fondo del escenario, se proyectaron en bucle fragmentos de ‘Portraits of a Lovelustreman (Part 1)’, correlato audiovisual del disco, realizado con uno de sus colaboradores habituales, Curtis Essel. El cineasta dirige una pieza que se puede ver de forma íntegra en la plataforma vimeo. ‘Los retratos del amante de un lustro’, como se podría traducir en español, es una obra ambientada en una iglesia y que explora –en palabras de su director– “la supervivencia, el matrimonio, el coraje, el silencio, la amistad, el autocontrol o el amor”.
El templo al que Clementine invitó a asomarse a los asistentes del teatro de La Laboral era un espacio en ruinas. Pero ¿Era cierto que había estado ahí o todavía seguía ahí dentro? Planteaba como un interrogante la presencia de su doble filmado en la pantalla. Ese Clementine, todavía vestido de oscuro, que deambulaba en 35mm entre bailarines y columnas, también parecía venir a recordar aquella máxima sobre los amantes descrita por Simone Weil en 1947: “quien ama, no teme el frío del metal, pero le produce la sensación de estar abandonado por Dios”. Una impresión de desabrigo que no solo hizo llegar a través de lo visual.
A medida que avanzó el concierto se pudo apreciar que Clementine no solo se había despojado de algunas prendas, sino que, en ocasiones, también buscaba desprenderse del acompañamiento musical y desnudar su voz: uno de sus principales instrumentos. Unas veces cantó solo con su piano y otras sencillamente acompañado del bajo de un estupendo Seye Adelekan, bajista de la banda Gorillaz. También estuvo asistido por un percusionista, un cuarteto de cuerda o un sintetizador. Los elementos siempre fueron los mismos, pero el músico los fue utilizando, combinando y ordenando a su antojo. Sorpresa, en este caso, para quienes creyeron que el concierto se mantendría totalmente fiel al sonido del disco.
Pese a sus facetas de actor, Clementine no es uno de esos artistas que ganan presencia por su desplazamiento en el escenario. No se mueve demasiado, pero usa con mucha frecuencia las manos y, cuando no las tiene sobre uno de los teclados, las agita como si lanzase al público hechizos. Mago, sacerdote, santo… sorprendió también al demostrar que sabe deslizarse muy bien entre diferentes géneros artísticos. Música, teatro, danza y cine se mantuvieron unidos sobre la escena. Clementine imprecisó las diferencias entre lo narrativo, lo poético y lo dramático. Interpretó no uno, sino varios personajes. Llevó la acción de la iglesia a la jungla, de la recepción de un restaurante parisino a la habitación de su hijo. “Un niño, un diablo”, como comunicó al público en español tras escuchar la voz de otro pequeño entre la audiencia… quién sabe, si también pensando en aquel chico al que canta en ‘Winston Churchill’s Boy’, una de las canciones de su primer trabajo, ‘At Least For Now’ (2014), que incluyó en el setlist de la noche. Algunos temas de sus anteriores álbumes que también sonaron durante esta actuación fueron los conocidos ‘London’, ‘Cornerstone’ o ‘Phantom Of Aleppoville’, por citar algunos ejemplos.
Un niño volvió a protagonizar la escena, uno que Clementine también desea recuperar en su canción ‘Auxiliary’ y con el que alcanzó uno de los momentos más participativos del show. El estribillo de la canción consiguió los coros de un público, a esas alturas, mucho más dinámico y casi totalmente entregado a su maestro de ceremonias. Quizás con una estrategia más propia del tímido que del artista, rasgo personal con el que siempre se ha identificado este autor, poco a poco consiguió despertar la admiración y la emoción de una audiencia que, hasta la mitad del concierto, todavía parecía atónita ante la primera performance del músico en la ciudad.
Benjamin Clementine cantó, recitó, improvisó y, de esta manera, también rozó algunas instrucciones para un teatro de vanguardia: ¿Serán estos los derroteros interpretativos a los que quiere dirigir su carrera? Como sea, a medida que este “artista total” se volvió más espontáneo, más familiar, también lo comenzaron a ser unos asistentes, que hasta llegaron a conversar con él desde sus asientos. Público y artista comulgaron en perfecta unión despidiéndose del miedo y la inseguridad en ‘Condolence‘, uno de los temas más coreados por el público xixonés. Clementine va más desnudo, pero demostró que sabe bien cómo arropar a sus oyentes.
Y al final del todo, ninguna sorpresa: la velada finalizó con toda la sala en pie, fundida en un ardiente aplauso que daba cierre a aproximadamente dos horas de concierto. En el aire aún flotaba la esperanza del estribillo de la última canción: “Aunque mis Buenos días se han ido lejos/ Seguramente volverán una vez más». Esperamos que Clementine, como buen amante, también regrese pronto a Xixón.