A los 11 años mis padres me regalaron mi primer móvil. Hoy, en España, alrededor del 70% de los menores de 10 a 15 años también cuentan con su propio teléfono, según datos del INE. Algunos siguen preguntándose cuál es el mejor momento para entregar este valioso objeto a sus hijos —el consenso gira alrededor de los 14 años— pero la edad no es un factor tan relevante cuando hablamos del uso de la tecnología, Internet y las redes sociales de las nuevas generaciones.
Con mi primer móvil pude llamar a mis padres —separados, casi incomunicados entre sí— de forma autónoma y sin intermediarios, y hoy los smartphones siguen siendo, por encima de todo, una herramienta de comunicación que permite mantener y fortalecer vínculos en la distancia, generar discusión y comunidad con personas afines, o actuar ante emergencias. Además, ofrecen plataformas audiovisuales que fomentan la creatividad, infinita información para la curiosidad y el aprendizaje y, claro, entretenimiento.
En contraposición a los beneficios, los riesgos para los más pequeños incluyen el ciberacoso, la exposición a contenido inadecuado o violento, o el impacto en salud mental de la «dictadura de los likes» que domina las redes sociales, pero como ocurre con cualquier tipo de peligro, actuar desde el miedo y la negación no evitará el daño, y menos en este mundo globalizado, en el que la tecnología abarca (¿casi?) todas las esferas de nuestra existencia. La solución está, en cambio, en la educación, partiendo de la premisa de que los móviles no son buenos o malos en sí, sus beneficios y perjuicios dependen de su uso.
La solución está, en cambio, en la educación, partiendo de la premisa de que los móviles no son buenos o malos en sí, sus beneficios y perjuicios dependen de su uso.
Como ha dicho Maria Carmen Morillas, portavoz de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (CEAPA), «prohibiendo no se educa«. Prohibiendo, en cambio, se opta por la opción fácil, porque implica negarse a entender el contexto en el que crecen los niños y jóvenes hoy —la generación Alfa, posterior a la generación Z, empieza con los nacidos en 2010, ¡el mismo año de nacimiento que Instagram!—, en el que los móviles son una herramienta imprescindible de socialización, y en el que Internet ya no es una extensión secundaria de la Vida Real, a veces lo online se percibe igual de real (¡o más!) que lo offline.
“Los padres tienen la tarea de acompañar a sus hijos en el proceso de iniciación en el mundo virtual. Hoy educar significa educar en tecnología’’, explicaba Gabriela Paoli, psicóloga experta en adicciones tecnológicas. Y educar en tecnología puede incluir desde hablarles a los hijos de los peligros del uso de los móviles y las precauciones necesarias para evitarlos hasta poner sobre la mesa temas como la privacidad, el control de datos o la manipulación, y conceptos como algoritmo, dopamina o fake news, e incluso plantear preguntas: ¿qué significa un like? ¿Y un follow? ¿Qué intereses hay detrás de las empresas de los magnates de Silicon Valley?
Fomentar el pensamiento crítico en los niños es esencial para que entiendan por qué es necesario tomar precauciones con los móviles. Y este proceso puede ir acompañado también de acuerdos y límites marcados por los padres, como establecer las horas de uso de los dispositivos, supervisar el contenido que se comparte y al que se accede, e incluso firmar un contrato de condiciones de uso.
Fomentar el pensamiento crítico en los niños es esencial para que entiendan por qué es necesario tomar precauciones con los móviles.
La responsabilidad de educar en tecnología para evitar riesgos no debería recaer solo en el hogar. La alfabetización digital debe estar presente en los planes de estudio de cualquier curso junto a la psicología y la ética, y los cambios estructurales necesarios para acabar con el impacto negativo de usar los móviles y las redes sociales deben exigirse a Mark Zuckerberg et al., pero en el día a día, los padres son los primeros referentes, y si ellos están enganchados a WhatsApp, los hijos pueden acabar igual.
El año pasado se hizo viral un hilo en Twitter a partir del tuit de un padre que, ante su hijo de 14 años, que se había puesto a llorar por ser el único de su clase sin móvil, culpaba a los demás padres, y una usuaria le respondió planteándole dos escenarios posibles: «acabará haciendo lo que hice yo: ahorrar (…) hasta poder comprar un móvil de mierda en Cash Converters (…) Mentirá muchísimo. Y te cogerá asco (con razón). Y no confiará en ti» o «puede que no se rebele (…) Y cuando finalmente tenga un móvil no sabrá desarrollar ciertas habilidades que la gente de su entorno y edad han desarrollado mientras a él la vida le iba pasando».
¿Un planteamiento exagerado? Seguramente no a los 11, 12, 13, 14. A esa edad tener el primer móvil se considera un acontecimiento vital, un rito de paso a la adultez. Mis padres me dieron su voto de confianza y no se arrepintieron de la decisión. Aquí está tu móvil, tu autonomía, y también tu responsabilidad.