Manuel Fernández es el nombre que se esconde tras el perfil de Instagram La Huerta del Vago. Su mundo se divide entre el campo y las redes sociales. Aunque prefiere pasar tiempo en lo primero, lo segundo le sirve para divulgar. En su proyecto de permacultura, une sus dos pasiones: la tierra junto y la imagen y el vídeo, a lo que se dedicaba profesionalmente antes de dejar su vida en Carabanchel, para venir a Asturies, concretamente a un pueblín en el Concejo de Lena de tan solo una veintena de habitantes.
No es muy común encontrar a jóvenes que den valor a la vida de un pueblo, con interés por la agricultura y capaces de dejar atrás una ciudad llena de gente y planes para dedicarse plenamente al cultivo y la tierra. Manu, ni siquiera recuerda bien cómo nació su inquietud por la vida rural. En su familia carece de referencias, en sus recuerdos de infancia no hay tardes ayudando en el cultivo de la huerta de algún abuelo en el pueblo, nadie le había enseñado nada sobre el universo rural. Lo único que tenía claro el madrileño era que la naturaleza, para él, significaba más que ir un domingo de ruta.
A pesar de habitar buena parte del tiempo en el mundo virtual de las redes sociales, para poner cara al vago detrás de la huerta, es necesario visitar su campo de trabajo. Prefiere estar detrás de la cámara, retransmitiendo los avances en su huerta, las innovadoras técnicas que utiliza y su día a día acompañado por su perro Humo, un mastín de un año y medio que rápidamente se toma la confianza de saltar encima de quienes visitan su hogar.
La Huerta del Vago no empezó su aventura en Asturies, su primera parada fue Gredos, en Ávila, a unas dos horas de su casa familiar, donde empezó con un pequeño huerto con el que descubrió la dureza y el trabajo que requería la tierra. No era todo tan fácil: la inversión y maquinaria que necesitaba se le escapaban de las manos. Entonces dio con la permacultura regenerativa.
Permacultura regenerativa, el arte de imitar a la naturaleza
Esta técnica pretende «imitar a la naturaleza» en cuanto a los recursos y materiales que emplea. “Es cerrar ciclos con la naturaleza y que todo lo que hay en la finca se refuerce entre sí, ya sean animales, huerta, árboles y el manejo del agua, tanto de la lluvia como de riachuelos o manantiales», explica Manu. Este concepto puede facilitar las labores respecto a la agricultura tradicional, porque el agricultor no tiene que intervenir en cada proceso de crecimiento de los vegetales, sino ofrecer el camino para que estas tareas se consoliden solas. «Es muy interesante porque utilizas todos los mecanismos que tiene la naturaleza y lo puedes hacer más sencillo, entre comillas».
En su huerta, Manu trabaja para que conviva la fauna y microfauna del suelo, sin alterar el funcionamiento natural del ecosistema que lo rodea. Incluso las abejas que merodean por sus plantas y cultivos lo conocen y no lo ven como una amenaza. “Crear esa simbiosis, que tu huerto no sea un solar en el que estás echando agroquímicos para que no te vengan bichos. Esos bichos hacen falta, tienes que hacer que ellos estén cómodos y no te ataquen lo que no te interesa”. Esto es esencial para la permacultura, algo que, según el joven, no se tiene tan en cuenta en la agricultura tradicional. “Estamos todo el día arando el suelo y no hablamos de la vida que hay debajo de lo que vemos, que es prácticamente todo lo que mantiene lo de arriba”.
Después de dos años en Gredos, el proyecto mismo exigía un cambio hacia un entorno más adecuado para incluir la permacultura desde un principio. Tras un tiempo buscando, encontró su refugio ideal en Asturies. La primera vez que lo visitó, lo supo de inmediato: «Es el sitio». La permacultura, la agroforestería y el diseño de entornos autosuficientes y que protegen el ecosistema son las técnicas que lleva a cabo en este paraíso verde. Todo su conocimiento lo adquirió de forma autodidacta, en internet y siguiendo perfiles como el suyo que, a través de las redes sociales, han abierto el camino a muchos otros jóvenes a aventurarse en la vida rural.
Su otra proyección es precisamente esa: divulgar sobre sus avances y su vida allí, y a pesar de su relación amor-odio con las redes sociales, estas le ayudan a mantener la visión de su proyecto. Al final, su máxima motivación recae en enseñar su trabajo al resto y educar en soberanía alimentaria y autosuficiencia. Durante estos dos años que lleva viviendo en Asturias, no solo ha llamado la atención de su audiencia online, sino también de las personas del pueblo. En un lugar tan pequeño, todos acaban conociéndose. «Se pasaban a curiosear, me decían: ‘¿Qué haces con tanta paja? Eso es para los animales’. Algunos me llamaban ecologista, otros loco, y luego, mira, al final encantados cuando prueban la verdura». Aunque su acento sigue delatando su procedencia, ya es uno más e incluso se le escapa algún «ye».
«Tenemos todo tipo de tecnologías para otras cosas, pero estamos viendo que se necesita un dineral para introducir algo que facilite la vida a la gente», dice Manu. Una de sus aspiraciones es hacer que técnicas como la permacultura estén al alcance de todos. Esta forma sostenible de cultivar vegetales también entronca con otros principios ecologistas como el reciclaje, como prueban las botellas de plástico empleadas en diferentes tareas que pueblan su huerta. Los procesos circulares no solo son beneficiosos para el medioambiente, sino también para los bolsillos: «El reciclaje y la permacultura hacen que todo lo que sigue siendo útil se pueda renovar para seguir dándole vida a lo que tienes y no volverte a gastar tanto dinero».
El campo no es para todo el mundo y Manu ha querido aprovechar el tirón en redes sociales para visibilizar su proyecto, pero sin intención de romantizarlo. La tranquilidad de la vida en el pueblo es el ideal de aquellas personas que escapan de sus rutinas urbanas en busca de un remanso de paz. Pero adaptarse a los ritmos lentos de la naturaleza exige una paciencia que escasea en la acelerada actualidad. “El campo te tiene que gustar, si te gusta lo vas a saborear mejor, pero si te fuerzas a hacerlo…” reflexiona el joven, que con su trabajo de divulgación pretende educar en diseño de entornos, ofrecer a la gente esta alternativa de soberanía alimentaria y hacerla consciente de qué come.
Manu forma parte de los dispuestos a tomar el relevo generacional en el campo y, aunque por el momento no vive de La Huerta del Vago, plantea muchas ideas para que en un futuro funcione. La sostenibilidad, el respeto hacia el ecosistema y la soberanía alimentaria son los principios que defiende y está dispuesto a apostar por ellos porque quiere dedicar su vida a la permacultura e incluso ponerla de moda. Además de alcanzar la autosuficiencia alimentaria y obtener beneficio de la venta de sus productos, el proyecto del joven apunta más alto. Sueña con dar un empujón a aquellos y aquellas que se plantean su misma vida a través de talleres, diseños de entorno e incorporar la bioconstrucción para cerrar el ciclo sostenible de la permacultura. El campo puede significar libertad, pero también trabajo, esfuerzo y mucha paciencia.