Veintitrés años después Santa vuelve a reventar una farola con una piedra en un acto de inconformismo. No es una farola cualquiera, es la farola que protagoniza una de las imágenes más icónicas de la película ‘Los lunes al sol’ (Fernando León de Aranoa, 2002). Aquella que uno de sus protagonistas, Santa, rompió durante las jornadas de huelga después de perder su trabajo con el cierre del Astillero Aurora en Vigo ganándose una suculenta multa. Tras pagar la multa, como hipérbole de su personalidad reivindicativa, vuelve a lanzar una piedra a la luz.
A la izquierda, escena de la película; a la derecha, escena de la obra.
Veintitrés años después, el 5 de junio de 2025 sobre las tablas del teatro Jovellanos, Santa volvió a lanzar la misma piedra, a la misma farola, pero esta vez no lo encarnaba Javier Bardem, sino Fernando Cayo. «El director ha hecho una adaptación muy específica a la energía del teatro que es totalmente diferente. El mayor trabajo que hemos hecho nosotros [los actores] es el estar juntos, ese trabajo de ping-pong que hay durante toda la función», relata el propio Cayo sobre el trabajo que el mismo León de Aranoa junto a Ignacio del Moral realizaron para llevar la historia de la gran pantalla al teatro.
¿Cómo logran trasladar estas vidas que transitaban Vigo a los escenarios? El montaje hace uso de tres elementos para poder viajar por estas calles sin más movimiento que el de los actores: la escenografía creada por Ricardo S. Cuerda; la iluminación diseñada por Juan Gómez-Cornejo e Ion Aníbal; y el espacio sonoro ideado por Álvaro Renedo Cabeza.

Marcos G. Punto (GG Distribución)
Ricardo S. Cuerda sitúa la acción en los astilleros con una composición de chapas de barco que componen el fondo, una deformada cuna de lanzamiento —el soporte sobre el que se construyen los barcos— y la megafonía en lo alto de la escena. Estos elementos contrastan con el reloj o las máquinas expendedoras que podrían pertenecer a cualquier empresa, como sugiriendo la universidad de esta historia sobre la clase trabajadora. El último objeto, es una conexión explícita con la película: la farola.
La luz aprovecha todo elemento escenográfico en un entramado que ubica al espectador en el paso del tiempo durante la obra y transforma el escenario en distintos lugares sin necesidad de alterar el espacio gracias al uso de focos y tiras leds. A través del oído, el espectador termina de verse inmerso y transita con los personajes por cada una de las localizaciones. Estos tres elementos, escenografía, iluminación y sonido, trabajan perfectamente sincronizados y logran que la verdad de la historia se mantenga a flote para que el reparto la navegue.


Detenciones y barricadas de Naval Gijón en 1995. | Joaquín Bilbao (Colección Joaquín Bilbao del Muséu del Pueblu d’Asturies)
Los veintitrés años que han pasado entre la película y la obra no lo han sido en vano, pero la historia tiende a repetirse haciendo que «Los lunes al sol» siga tan de actualidad como en 2002. «Cuando estuvimos en Valladolid en el estreno, acababan de cerrar una fábrica de Bimbo con 200 trabajadores. En aquel momento [años 2000] era una reconversión industrial, ahora es digital. Cuando vas a ciudades que lo han vivido notas la sensibilidad y la emoción en el público, en el aplauso», rememora el actor Fernando Cayo. Y Xixón, no es ajena a esta historia, en ninguno de sus dos formatos. Tanto que el Astillero Aurora que cierra en la ficción, es en realidad Naval Gijón, la gran empresa de astilleros del puerto de Xixón que en el año 2000, tras el despido de más de 200 trabajadores desencadenó una huelga histórica y la detención de dos sindicalistas. Fue una de tantas luchas de los sindicalistas navales, pero en esta el propio Araona estuvo presente, registrando con su cámara para crear «Los lunes al sol».
«Toda la obra diciéndome así era, así era. Todo el día con cortes yendo al colegio, ya están otra vez los de los astilleros», comenta a la salida la hija de un antiguo trabajador de Naval Gijón, Indalecio, que también abría su baúl de recuerdos: «La empresa iba echando por tandas de 500 en 500. Fue una lucha de muchos años, fuimos hasta Madrid a la Castellana a protestar. Y juntos conseguimos que fuesen a base de prejubilaciones, sin que se echase a nadie». Pero esta no es la manera en la que todos recuerdan aquellos años, ni en la vida ni en la ficción. El texto teatral habla de la fragmentación de una plantilla y un movimiento sindicalista que se desintegra. Se sitúa cuatro años después de las movilizaciones y el cierre y presenta las psiques y las vivencias de los derrotados: parados y condenados. Durante toda la obra una pregunta se suspende en el tiempo: ¿sortearían la desesperanza y el desempleo si se hubieran mantenido unidos?.


A la izquierda, Nata (interpretada por Mónica Asensio) en el teatro; a la derecha, Nata (interpretada por Aida Folch) en la película.
Nuevo reparto y nuevo formato para un texto que pretende seguir conectando con públicos actuales. El vestuario diseñado por Elda Noriega traslada la historia a una suerte de universo atemporal, alejándola del final del siglo XX. Pero quizás, el cambio más interesante y que revela la evolución social de los veintitrés años pasados entre película y obra de teatro, es el de uno de los personajes femeninos, ‘Nata’, interpretada Mónica Asensio. En el guion original era una niña de 15 años que «seducía» a Santa, amigo de su padre, que debía «resistirse para no caer en la tentación». En la obra, elevan la edad de la joven para situarla en la etapa universitaria y su relación con Santa se presenta de una manera más sana, admiración y cariño sin rastro de deseo sexual.