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¿Tiene futuro la Unión Europea?

Publicado el miércoles, 7 de julio de 2021
Redacción 12grados

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En contra
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Lamentablemente, la Unión Europea no tiene futuro. Ninguno de los pilares que justificaron su nacimiento se mantiene hoy en pie. Y ninguna de las consecuencias positivas de su ya considerable recorrido depende de su supervivencia.

Cierto, Robert Schuman, desde dentro, y Harry Truman, desde fuera, consiguieron en su origen disimular importantes diferencias culturales y peligrosas corrientes nacionalistas bajo una falsa hermandad de intereses económicos. Sabiamente se acompañaron ambos del palo de la guerra reciente y la zanahoria del Plan Marshall.

Cada cual llegaba a la mesa con suficientes motivaciones intrínsecas como para garantizar el éxito de la aventura común. Una Alemania próspera y ansiosa de huir de sí misma, una Francia con apetito político muy superior al tamaño de su estómago, un grupo importante de actores secundarios altamente motivados por los beneficios del libre comercio y la capacidad negociadora de un equipo de primera división, y algunas incorporaciones tardías como España y Portugal, o Polonia más tarde, deseosas de caer en brazos de una entidad incontestable y lejana (como siglos atrás lo fuera la Iglesia Católica), permitiendo a su aletargada ciudadanía encontrar el descanso en la confianza de que sus problemas serían solucionados a un nivel de abstracción que no requiere comprensión o participación activa.

Eso sí, el descanso y confianza de estos últimos dependía de la solidaridad de los primeros. Y a su vez ésta tenía su origen en la fuerte motivación económica, de fácil propagación en países de ética protestante, de ampliar significativamente el mercado potencial de sus industrias.

Varias décadas más tarde, España consume BMWs y Mercedes que no puede permitirse, con capacidad productiva y salarios muy inferiores a los de sus socios de club, la unión monetaria impide adaptar el precio del dinero a su particular idiosincrasia, y los subsidios perpetúan industrias altamente contaminantes o económicamente inviables que posiblemente habrían desaparecido años atrás en ausencia de semejante colchón. En paralelo, sus costas e islas han pasado a manos de fortunas alemanas, francesas, belgas o italianas, y el país no ha conseguido alcanzar un nivel independiente de desarrollo que garantice incluso su propio músculo negociador en el seno de la Unión Europea.

España consume BMWs y Mercedes que no puede permitirse, con capacidad productiva y salarios muy inferiores a los de sus socios de club, la unión monetaria impide adaptar el precio del dinero a su particular idiosincrasia, y los subsidios perpetúan industrias altamente contaminantes o económicamente inviables que posiblemente habrían desaparecido años atrás en ausencia de semejante colchón.

Los nacionalismos de antaño han sido sustituidos por un individualismo rampante que solo acude al calor colectivo en busca de micro-identidades frente a la amenaza inmediata a su pretendida prosperidad: el inmigrante, el árabe, el no-patriota, el no-catalán, el no-vasco, el no feminista. Su señalamiento genera superioridad cultural o incluso étnica, sin que los valores europeos puedan ya proteger a nadie, diluidos hasta la insipidez por la preponderación del libre comercio a la carta que muchos años de tira y afloja han llevado a consensuar.

En la última y más grave señal de decadencia, los altos tribunales de algunos estados miembros (Alemania, Polonia, Hungría) comienzan a dictar o ponderar sentencias contrarias a la primacía del derecho comunitario, en un acto de desafío sin precedentes que podría minar los cimientos de la unión en un plazo relativamente corto.

La Unión Europea comenzó como un sueño, apoyado en una visión conjunta de paz y prosperidad, auspiciado por Estados Unidos porque venía bien a todos. Ha desembocado en un mercadillo de intereses cruzados tremendamente ineficiente en la gestión de sus recursos, políticamente impotente, con menguante peso económico y nula capacidad de enfrentarse a los tremendos desafíos del calentamiento global o la violación de derechos humanos. Su único rol a día de hoy es el escapismo poético de realidades más duras aún, en el seno de los países o regiones más claramente condenados a la inviabilidad económica y social.


Pelayo Pastor

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