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¿Tiene futuro la Unión Europea?

Publicado el miércoles, 7 de julio de 2021
Pelayo Pastor

Pelayo Pastor

A favor
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Esta es una pregunta profética. Hay tantos agentes, elementos y circunstancias difícilmente predecibles que pueden hacer que la respuesta sea afirmativa o negativa que contestarla no deja de ser un ejercicio oracular. Como no tengo dotes paranormales (y de las normales voy justito) solo puedo decir lo que creo que debería ocurrir. Y yo, con la osadía del que no conoce en profundidad todos los detalles y dejándome llevar por ese mantra tan en boga en estos tiempos de “mejor pedir perdón que pedir permiso” me atrevo a decir que sí creo que Europa debería tener futuro.

Europa es necesaria. Lo es pensando en el interés de los europeos y en cómo ubicarnos en este nuevo entramado geopolítico con el que ha empezado el siglo, pues hay dos elementos relativamente nuevos y cruciales en el panorama:

Por un lado tenemos la revolución tecnológica que nos ha traído internet en estos últimos 30 años y en la que, en los diez últimos, las redes sociales se han convertido en absolutas protagonistas. El efecto que éstas están teniendo en los individuos y en las decisiones colectivas -información, comercio, trabajo, desafección política- es tremendamente inquietante. Si a esto le unimos la aceleración en el desarrollo de la Inteligencia Artificial, tenemos un suelo movedizo en el que nadie sabe dónde poner los pies sin riesgo a hundirse.

El efecto que las redes sociales están teniendo en los individuoes y en las decisiones colectivas es tremendamente inquietante.

Por otro, tenemos la espada de Damocles del cambio climático sobre nosotros. Y la globalización, que era el estado imperante en el mundo hasta que irrumpió el Coronavirus en nuestra existencia, puede (y quizá deba) verse afectada: fabricación, transporte de mercancías…

La pandemia ha acelerado cuestiones que ya estaban presentes en la agenda socioeconómica, como puede ser la dependencia europea de algunos suministros procedentes de determinados países asiáticos, en los que, además, el modo de vida no comulga con los valores e intereses que decimos defender los occidentales: democracia, respeto por los derechos humanos… Y a eso hemos de unirle también el ya citado problema del calentamiento global, seriamente agravado por las emisiones de esos países donde se saltan a la torera las regulaciones que nosotros mismos nos imponemos y que, sin embargo, en sus productos toleramos. Sí, en Occidente llevamos años haciéndonos trampas a nosotros mismos; y las consecuencias se notan, y comenzarán a notarse mucho más de no poner remedio.

Ante todo esto, emerge, tras el caótico marzo de 2020, un mundo diferente, un orbe donde China gana notoriedad en las conversaciones internacionales (que no fuerza, porque ya era fuerte desde hace diez o quince años) y donde EE.UU., con Trump en el despacho oval, e Inglaterra, retomando su atávica insularidad, se convierten en dos potencias (de distinto tamaño y relevancia) frente al gigante asiático. Este juego deja al mundo en dos ejes que podrían recordar a la guerra fría, cambiando a la antigua Unión Soviética por China y otras potencias autocráticas como Rusia o determinados países árabes.

Los europeos tenemos motivos más que sobrados para dudar de la Unión Europea. Inoperancia, falta de respuesta, cierta percepción desde los países del sur de falta de solidaridad, y por parte de la de los del norte de falta de responsabilidad. Todo eso es cierto, pero también lo es, y no hace falta mentar aquí el comienzo del siglo pasado (aunque acabo de hacerlo), que a Europa no le ha ido mejor cuando cada nación soberana actuaba de manera totalmente independiente. Una buena forma para evitar las guerras es el comercio. Que Alemania, Francia o Italia puedan vender sus productos sin aranceles de por medio hace que la irrupción de productos chinos o de EE UU sea más difícil (siempre y cuando no nos hagamos trampas a nosotros mismos). En este mundo proteccionista que parece que vuelve a levantarse entre ejes o potencias, Europa es más necesaria que nunca. ¿Y qué decir de hacer frente a una crisis climática (que tiene aparejada movimientos migratorios de gran escala) o a un mundo económico y tecnológico tremendamente inestable?

En este mundo proteccionista que parece que vuelve a levantarse entre ejes o potencias, Europa es más necesaria que nunca.

Como decía Mark Leonard recientemente en una entrevista para el diario El Mundo (sí, ya sé que hace quince años pecó de naif con su libro «Por qué Europa liderará el mundo en el siglo XXI» -Es lo malo de la profecías-): «necesitamos trabajar conjuntamente como europeos (…) porque somos vecinos y estamos un poco atados los unos a los otros, nos guste o no. Si no encontramos formas de trabajar juntos de manera efectiva, podemos acabar hundiéndonos juntos”.

Es mejor estar acompañado cuando se viaja por un lugar ignoto y el futuro siempre lo fue, pero parece que ahora es aún más impredecible. Los nacionalismos son un foco de conflictos y Europa es un vecindario en donde un vecino se queja del de abajo y viceversa, pero cuando hay que negociar un nuevo alcantarillado es mejor ir juntos al Ayuntamiento. Eso sí, no estaría de más que revisásemos los estatutos de la comunidad.


Redacción 12grados

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