“¿Cómo empezaría esta película?”, se pregunta el cineasta Javier Tolentino mientras camina por el paseo del Muro en dirección a Cimavilla. El cielo está gris y el viento arremete con fuerza. Es uno de los primeros días de este otoño tardío en los que el frio se deja sentir. “Esta película empieza con el sonido del mar. Antes de que se ponga ninguna luz en la pantalla en negro ya se escucha su sonido”, nos invita a imaginar con la mirada fija en el Cantábrico. Se aproxima la hora de comer y Tolentino va ha reunirse con sus compañeras del jurado del Festival Internacional de Cine en La Galana. Desde hace 20 años, siempre que las circunstancias lo permiten, visita Xixón en noviembre para cumplir su cita con el cine independiente. Ha formado parte del festival como periodista, crítico y como director con su primer largometraje, ‘Un blues para Teherán’. En esta edición integra el Jurado de Cine Español junto a Rosana G. Alonso y Carlos Rodríguez Ríos que otorgó el premio a la mejor película a ‘A Foreign Song’ de César Souto.
Carlos Rodríguez Ríos, Rosana G. Alonso y Javier Tolentino en el photocall de la gala de clausura FICX60.
“Ser jurado es un chollo”, afirmaba Tolentino durante su intervención en la gala inaugural del festival. Después de empaparse de decenas de películas y mientras disfruta de un pequeño paseo por la ciudad en la recta final del certamen sigue pensando lo mismo. “Desde el punto de vista del cine la semana ha cuajado estupendamente. La comida… ¡qué te voy a contar! Es maravillosa”, celebra. También ha podido visitar las exposiciones y pasarse alguna noche por los conciertos de Gijón Sound que forman “una relación perfecta” con un festival, que considera, solo después de San Sebastián, el mejor de España. “Podíamos hablar de Sevilla, Valladolid o Sitges, pero son más especializados, este es internacional y trae un cine independiente de calidad altísima”, sentencia con la autoridad que le otorgan tres décadas recorriendo salas de cine. Aunque valora la comodidad de los sillones premium como los de la nueva sede del FICX, los OCINE, además de la calidad del sonido y de la imagen, echa de menos los cines de San Agustín, “creo que Gijón debería apostar por una sala de cine en el centro de la ciudad”. Más que de una idea romántica, Tolentino habla de la relación que una sala de estas características entabla con el público, más natural.
“Tengo compañeros que piensan que no es lo mejor ver una película en un festival porque ves 24, 50 una tras otra”, comenta y hace una pequeña mueca de desaprobación. “¡PFF! Es maravilloso tener la posibilidad de una maratón de cine, y además de diferentes países y géneros. Es una borrachera de cine, es genial”, Javier Tolentino no puede esta más viciado al séptimo arte. Para ser un buen jurado tiene claro que lo más importante es ver cada cinta con curiosidad y con ganas y no dejar que “una película mala o que no te guste mucho, haga mella”. Cada vez que las luces de la sala se apagan, el jurado se dispone a ver una joya y después de que termine la reposa y la discute con sus compañeros. Solo después de todo ese proceso analiza la película y se prepara para ir a la decisión final. Claro que la experiencia ayuda a poder valorar cada obra con rigor. El ojo crítico de Tolentino no falla, durante el paseo destaca ‘Rimini’ de Ulrich Seidl como una de sus favoritas de la sección internacional ’Albar’ y efectivamente se acabó llevando el premio a la Mejor Película.
Javier Tolentino en El Muro.
Crítico cinematográfico, escritor y cineasta el charro labró su carrera en las ondas de radio y fue el programa ‘El séptimo vicio’, de Radio3, el que le llevó por primera vez al FICX. Corría el año 2002 y Tolentino llegó a Xixón persiguiendo el sueño de entrevistar el director iraní Abbas Kiarostami, una de las figuras más relevantes de la llamada Nueva Ola Iraní. Tal y como le había prometido el por aquel entonces director del festival, José Luis Cienfuegos, Kiarostami se encontraría con él en los estudios de RNE. Cuando le estaban esperando de pronto se hizo la noche en todo Xixón. Un apagón general obligó a parar las proyecciones del festival y, por supuesto, la emisión de radio, pero Tolentino no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad. Kiarostami llegó a los estudios y dijo “esto es como en Irán, la luz se va cada dos por tres” y aceptó el plan del crítico que era hacer la entrevista por teléfono. Allí surgieron dos relaciones profundas y duraderas, la del charro con el iraní y la del crítico con el festival de Xixón.
Tolentino llegó a visitar a Kiarostami en su casa de Teherán en uno de sus muchos viajes al golfo pérsico y continúo sumergiéndose cada vez más en los cineastas persas a pesar de “soportar los insultos de muchos amigos que decía ‘a este déjalo que solo le gusta el cine iraní’”. Como consecuencia de la vida y de la literatura terminó rodando su primer largometraje allí, ‘Un blues para Teherán’, construyendo uno de los primeros relatos cinematográficos sobre la realidad iraní desde una mirada extranjera. Los cinco años que pasó realizando ese proyecto cambiaron en buena medida su forma de analizar el cine. “Una cosa es cocinar y otra cosa es sentarte a la mesa a comer el plato. Yo puedo comer unas fabes con almejas y decir que están muy buenas. Ahora ponerse a cocinarlas para que estén así de buenas es otra cosa. Cuando ya has pasado por la cocina ves que les fabes pueden arrugarse si las cocinas demasiado o que las almejas se estropean si no las guardas debidamente”, reflexiona, cada vez más cerca de la hora de la comida. Llegan las compañeras de Tolentino entre las que se encuentra su admirada María de Medeiros. Posan para una foto en la barandilla del muro, símbolo de otra de esas amistades que Tolentino forja en festivales. Otra de esas experiencias de la vida, que como el crítico afirma, “te hacen mejorar» y el cine es precisamente «un lenguaje expresivo de todas esas vivencias». Los jurados prosiguen su camino hacie el barrio alto y se pierden en la lejanía. El sonido del mar vuelve a inundar la escena.
María de Medeiros frente a la playa de San Lorenzo