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Emerxentes con Óscar Molero: “Encontré en el stop-motion una fusión de todas las cosas que me gustaban”

El artista xixonés es ilustrador, animador y docente, aunque en realidad podría definirse por aquello que conecta todas sus disciplinas: contar historias.

Por Ana Ibarz

Óscar Molero (Xixón, 1998) sueña con tener algún día su propio estudio, un espacio amplio y con grandes ventanales por los que atraviese la luz natural. Allí podría combinar su práctica artística personal y a la vez impartir sus talleres. Por ahora, ese deseo convive con la realidad: un bajo compartido, sin ventanas y con un vestíbulo que hace a la vez de almacén del bar de al lado.  “No es fácil ser autónomo en España”, se lamenta Óscar, y menos aún cuando tu trabajo se sitúa en el terreno de lo artístico.

Óscar pasó toda la primaria y buena parte del instituto dibujando dragones de forma compulsiva. Lo hacía en libretas, agendas y también en la pizarra entre clase y clase, hasta que decidió estudiar el bachillerato artístico y dejar de dibujarlos para abrirse otros conceptos. En ese tiempo y gracias al apoyo que recibió en casa se dio cuenta que podía seguir explorando el mundo del arte e incluso convertirlo en una profesión. Desde luego, le parecía una opción mucho más divertida que estudiar una ingeniería.

Óscar Molero en su estudio | Ana Ibarz

Tras estudiar Bellas Artes en Madrid y abrirse camino en distintos ámbitos del sector artístico, Óscar se define, o al menos le gustaría definirse, como ilustrador. Como la mayoría de sus compañeros y compañeras de profesión, lidia con el equilibrio entre los encargos profesionales y el tiempo dedicado a su producción personal. “Ahora mismo estoy contento de cómo se están balanceando las dos. Estoy muy contento con la parte de los talleres y también estoy consiguiendo sacar un espacio respetable por semana para dedicar a mis propios proyectos”, explica el artista.

Transita por múltiples disciplinas: ilustración, pintura, dibujo científico, álbum ilustrado, cómic o stop-motion y todas comparten algo, esa necesidad que tiene el artista de contar una historia. “Me gusta hacer cosas que cuenten una historia y me gusta mucho hacerlo a través de imágenes y eso es un factor común que tienen la animación y el cómic, incluso la ilustración”, afirma Óscar. A esta dimensión narrativa se añade su principal práctica actual, la docencia. Imparte talleres, principalmente a niños y niñas, de ilustración y stop-motion, donde los invita a explorar sus propias historias. Una práctica que, además, retroalimenta su proceso creativo: “En ese proceso de enseñar estás haciendo creaciones y a veces puedes sacar ideas para tu propia práctica”.

El impulso de su madre, filóloga y promotora de la lectura especializada en infancia, fue el que animó a Óscar a aportar su mirada artística en algunas de las actividades que ella ya coordinaba. “Mi madre es muy inventiva, se pone muy pocos frenos… es un poco niña en ese sentido”, cuenta con admiración. Fue precisamente ella quien le propuso acercarse al stop-motion para diseñar un taller en el marco de un programa de prevención de la violencia de género en un colegio de Tapia.

De estos talleres primigenios junto a su madre y el primer contacto con esta forma de animación, surgió la semilla de Mientras Llueve, una escuela presencial de stop-motion que Óscar terminó desarrollando como proyecto de residencia en LABoral Impulsa. Un proceso que le permitió profesionalizarse en esta técnica y consolidarla como una práctica más de su curriculum artístico.

Muestra de trabajo en Stop-Motion. En el fondo se encuentra el escenario y muñecos articulados con los que se realiza el proyecto y en la pantalla puede verse el resultado (II Muestra de Artes del Milán) | Sara Clemm

Desde su primer taller de stop-motion, Óscar percibió que era un formato que tenía mucha tirada. “Hay mucha gente impresionable hacia la tecnología. Si tú llegas contigo solamente la experiencia como profesional y haces un taller de poesía, es injusto, pero te lo van a valorar menos y van a ser reacios a pagar lo que vale tu formación y tiempo que si llegas con cuatro Ipads y lucecitas de colores y haces un taller basado en herramientas que no están al alcance de todos y tienen un resultado más visual”, argumenta el artista. Más allá del impacto que genera en el público, lo que atrapó a Óscar fue combinar en el stop-motion todos los lenguajes que ya formaban parte de su imaginario: desde la parte plástica de crear esculturas, personajes y decorados, la narrativa de los guiones para formar sus historias hasta la cinematografía, la fotografía y la postproducción: “De pronto tenía todo junto en una disciplina y me enganché un montón”.

Todas las semanas imparte talleres de ilustración y stop-motion en la librería La Maga Colibrí de Xixón. Aunque la mayoría de sus alumnos y alumnas tienen un rango de edad entre 7 y 12 años le gustaría poder abarcar más edades y trabajar también con público adulto. Sin embargo, reconoce que llegar a ciertos grupos, como la adolescencia, no es tarea fácil. “En bibliotecas que hago talleres y hablo con los organizadores de las casas de cultura, muchas veces me piden el taller de stop-motion con adolescentes para intentar tirar de ellos, pero es una lucha, con esa edad es más difícil llevarlos a este tipo de creación”, explica Óscar. Según su experiencia, en los colegios existe una caída artística entre los alumnos según van creciendo. Las artes plásticas pasan de ser algo que les motiva en el colegio a ser algo que les cohibe y da vergüenza en el instituto.

Desde su perspectiva actual, impartiendo talleres, Óscar tiene claro que uno de los aspectos más importantes dando clases es permitir que niñas y niños exploren con libertad los temas que les motivan; aunque muchas veces los temas se ven reducidos a «la caca y las explosiones». “Es importante dejarles escribir las cosas que ellos quieran para que encuentren pasión en ese ejercicio de expresión”, dice Óscar, porque si se les impone una temática y se les acota demasiado los márgenes de lo que pueden hacer, es fácil que se frustren y pierdan el entusiasmo.

Ilustración de Óscar Molero en la II Muestra de Artes del Milán | Nay Semeya

Esa misma libertad que promueve en sus talleres es la que también reivindica en su obra personal. En los ratos que consigue reservar entre encargos y clases, Óscar trabaja en un proyecto muy distinto: un cómic que comenzó como una simple tira satírica y que, tres años después, se ha transformado en una obra de ilustración compleja y ambiciosa. “El cómic que estoy haciendo se llama ‘Las Feministas’, tiene un enfoque satírico que busca poner en evidencia algunos de los argumentos ridículos de la cultura machista y patriarcal. He encontrado que es un enfoque efectivo para hablar del patriarcado y reírte de él. Además, también creo que es más accesible para algún tipo de persona”, explica Óscar.

La propuesta nace de una inquietud concreta, el rechazo que todavía genera la palabra “feminismo” incluso entre personas que no se identifican como machistas. Ante esta desconexión que tienen algunas personas con el concepto, el artista opta por utilizar un lenguaje accesible y lleva las ilustraciones al machismo extremo buscando provocar tanto la risa como la reflexión.

Óscar Molero durante el montaje de la II Muestra de Artes del Milán | Sara Clemm

Por el momento, ha encontrado ese punto de equilibrio entre la creación personal, los encargos y la monetización de su arte. A pesar de su corta trayectoria, a la pregunta de cómo le gustaría verse en un futuro Óscar responde con optimismo: “Soy un exitoso ilustrador (ríe). Como estoy ahora, pero un poco mejor en todo: estoy haciendo mi proyecto número 10, exitoso y alabado por la crítica. El reto es poder mantenerme”. Mantenerse: sostener el tiempo para crear, el entusiasmo por enseñar y seguir dibujando historias que cuenten algo, emocionen y hagan reír. Mantenerse, que no es poco.