“Con el corazón encogido y reflexionando un poco sobre la realidad que vivimos y sobre lo establecido frente a las necesidades populares”. Así salía una antigua estudiante de arte dramático, Carla, del patio de butacas del Jovellanos, aún con lágrimas en los ojos. No era la única a la que la obra ‘Cielos’ había removido las entrañas. Se trata de la cuarta pieza de una saga ‘La sangre de las Promesas’ que ha pisado varias veces la tierrina en los últimos años. En 2017, una sublime Nuria Espert encarnó la tercera pieza, ‘Incendios’, en estas mismas tablas. Y en 2019 un grupo estudiantes de la Escuela Superior de Arte Dramático de Asturias (ESAD) llevaron a escena la segunda, ‘Bosques’, en el teatro de La Laboral. Solo ‘Litoral’, la pieza que abre esta tetralogía, faltaría para cerrar el recorrido que propone el dramaturgo libanés Wadji Mouawad a través de las heridas generacionales de la sociedad contemporánea.
‘Cielos’ comienza ofreciendo un misterio e invitando al espectador a acompañar a los personajes mientras desentrañan las historias que les permitirán resolverlo. Cinco personas forman la célula francófona de un equipo internacional que trabaja a velocidad cardiaca dentro de un búnker para desbaratar un atentado múltiple que tendrá lugar próximamente. Un comienzo in media res tras el suicidio de un miembro del grupo. Quien parecía tener las respuestas añade una nueva pregunta, el porqué de su muerte. Lo personal se mezcla con lo profesional, el latir de las juventudes pasadas, presentes y futuras se rompe en forma de herida. Una herida que individual, pero a la vez universal. Una herida heredad de padres a hijos. Una herida que busca desesperadamente ser cerrada con más sangre. No es una obra sencilla. El misterio se enreda entre tramas sucesivas en las que algunos espectadores extravían, como le sucedió a Akane, estudiante de arte dramático: “El principio y el final estaban muy bien, pero me faltó que las explicaciones se diesen algo antes”. Akane debatía a las puertas del teatro con su compañera Julia para quien el juego de perseguir e hilar el misterio fue todo lo contrario, satisfactorio. “Wadji no deja indiferente a nadie. ¡Cómo mezcla la poesía con la cruda realidad todo el rato! ¡Cómo las emociones están a flor de piel!”, añade Carla emocionada, tras su reencuentro con el autor. Ella fue una de las estudiantes de la ESAD que participó en aquella puesta en interpretación de Bosques en 2019.
Bajo la dirección de Sergio Peris-Mencheta, el texto del autor libanés-canadiense se materializa no sólo en boca y sangre de los actores sino en las visuales futuristas que integran la escenografía diseñada por Alessio Meloni, un despliegue de creatividad y técnica. Los personajes, transitan por un espacio escénico dividido en tres alturas con una decorado que casi llega al techo del teatro, al cielo, y representa el búnker subterráneo en el que tiene lugar la acción. Cinco cubículos delimitados por luz LED en el piso más profundo, delimita las tramas individuales que marcan el pulso de cada uno de los cinco protagonistas. Por último, el tercero es una terraza con estatuas que eleva los anhelos y deseos de los personajes a la par que la mirada del público. El piso intermedio, el espacio de trabajo de estos héroes trágicos, es una pantalla abierta a las luchas que tienen lugar dentro y fuera del búnker. La escenografía la completa una pantalla transparente que simboliza el encierro de los personajes, pero permite verlos. Pero, además, esta pantalla juega un papel crucial para ofrecer las pistas que ayudarán a desenredar la trama. En ella se proyectan datos datos, frases, imágenes y sonidos que llegan del exterior, más allá de lo que sucede dentro del búnker.
El último piso del búnker, la terraza, y el inferior, los cubículos, están iluminados, mientras el central permanece a oscuras. I Imagen de Marco G. (Teatro Abadía)
Se iluminan el espacio central, donde trabajan los personajes, y un único cubículo, habitado por uno de los personajes. I Imagen de Marco G. (Teatro Abadía)
Los ingenios técnicos que completan la obra no ensombrecieron la interpretación de los actores. Destacó especialmente Javier Tolosa, en el papel de Charlie Eliot, que defendió la presencia y protagonismo de un personaje que en otras manos podría haber pasado desapercibido. También estuvieron brillantes el resto de los miembros un elenco que completaban, Jorge Kent (Blaise Centier), Álvaro Monje (Vincent Chef Chef) y Pedro Rubio (Clément Szymanowski). Los actores hicieron de la complejidad de la obra su mejor arma para conectar con las sensibilidades del público. Destacó también, pero en este caso por una interpretación, quizás, excesivamente contenida, Marta Belmonte (Dolorosa Haché) que con el rostro tieso mientras relataba como su personaje asesinaba a su propia familia. Fuera decisión de la propia dirección o consecuencia del ejercicio de la actriz, la expresión de Belmonte desconcertó al público. Sergio Lanza (Valéry Masson) y Rodrigo Simón (Victor Eliot Johns), que aparecen en grabaciones proyectadas no se quedan tampoco atrás.
Este despliegue de talentos revolvió las mentes del grupo de los estudiantes que acudieron la noche del sábado al teatro. Entre conmovidos por un texto que indaga en las tragedias contemporáneas de la humanidad e inspiradas por las interpretaciones, se despidieron imaginando lo que un día podrían hacer ellas sobre las tablas del escenario.