Sábado por la tarde. Una temperatura más propia de verano que de la primavera asturiana. El paseo de Begoña está abarrotado de transeúntes cuyo camino interrumpe una gran cola ante el teatro. No solo llama la atención por la cantidad de personas que esperan a que el Jovellanos abra sus puertas, sino por su heterogeneidad. Personas de todas las edades, incluyendo grupos muy jóvenes, han escogido la representación de ‘El Traje’ como plan de sábado por la tarde. Hace ya varias semanas que se vendieron todas las localidades.
Empieza la función. En el escenario: el sótano de un centro comercial bajo sus escaleras principales, dos puertas cerradas, la pantalla con la grabación de las cámaras de seguridad, un escritorio mísero con su silla a juego y la foto de un perro. En las butacas: las risas se desatan con cada mínimo detalle de un texto cuyo ritmo apenas permite coger aliento para la siguiente carcajada. La obra nos sitúa en el primer día de rebajas. El guardia de seguridad de un centro comercial interroga a un hombre para esclarecer los detalles de un incidente con un traje (o eso quiere parecer).
Llena de giros inesperados que desatan el torrente de risas, esta obra se puso en pie hace ya más de diez años con la excusa de la crisis de 2008 y ha sido rescatada en la actualidad por Juan Cavestany con una excusa parecida. «Después de una crisis en realidad viene otra, no salimos de una para meternos en otra. Primero 2008 con la burbuja inmobiliaria, después la Covid, la guerra de Ucrania o la masacre en Gaza. No salimos de crisis tras crisis», comenta Xoxenel Valdés, habitual del teatro.
Precisamente para aquellas personas que no recuerdan con tanta precisión la crisis económica del 2008, las más jóvenes, el texto resuena de forma diferente. «Igual no la relacionas [las bromas de la obra] con ese momento para el que se escribió pero lo acabas relacionando con algo de ahora, porque son cosas universales», comenta la joven Agnes; su padre Miguel, a su lado, completa: «Yo he vivido muchas crisis, porque esto es cíclico, son situaciones que se repiten». Ambos esperaban una obra más oscura y se vieron sorprendidos por la frescura de su humor y de nuevo, la importancia de los detalles. «Hasta en la escenografía, el cuadro del perro tiene un significado. ¿Por qué está ese perro ahí?», señala Agnes. Miguel lo describe con una metáfora de un cuadro impresionista, «de cerca ves pinceladas gruesas pero no cobran sentido hasta que te alejas y ves esas pinceladas en el conjunto de todas las demás pinceladas que conforman el cuadro.»
Si hay algo en lo que todas las críticas coinciden es en lo brillante de la actuación de el dúo protagonista, Javier Gutiérrez y Luis Bermejo. «Un humor muy elegante, muy fino, muy bien hilado porque el tiempo hay que tenerlo super pillado y lo han hecho espectacular», comenta otra asistente, impresionada. Coinciden con ella Soledad y Nunci, amigas y abonadas a la programación de teatro de Jovellanos. Ambas acudieron al espectáculo con curiosidad por ver trabajar a actores tan reconocidos, especialmente al asturiano Gutiérrez, en buena parte culpable de que se agotaran las localidades. «No es cuestión de conocer actores, sino de que te guste la obra en sí. Pero es verdad que si encima los conoces, es una experiencia estupenda», recalca Nunci. Como buenas habituales del teatro xixones saben bien que no siempre es así: «Nos ha pasado que conoces a los actores, vienes a verlos y sales defraudada». Lo de este sábado es la prueba de el teatro está vivo y crece con cada actuación de esta obra madurada durante diez años. Historia, puesta en escena y actores dejan al público asturiano con una sonrisa que resultará difícil de quitar.