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Las bolas de silo con estilo en Porrúa

El festival 'Porrúa en Bolas' convierte a este pequeño pueblo asturiano en un lienzo, donde artistas locales intervienen las bolas de silo, celebrando la cultura y creatividad rural durante un fin de semana.

Por Ana Ibarz

En Porrúa, las bolas de hierba recubiertas por un plástico negro brillante son parte de la iconografía de sus praos. Aunque después de este fin de semana, lucen algo diferentes. Ahora, a la entrada del pueblo un búho, pintado por la artista Paula Rubio, vigila quién entra y sale de él. Y el otro extremo de la parroquia está custodiado por la «galbana», un emblema a la pereza en todos sus sentidos, representada por el porruano Pablo Piñera. Pero entre medias, a lo largo del pueblo, otros trece artistas rodeados de verde y montañas, han acogido estas bolas de silo como un nuevo soporte para pintar al que nunca antes se habían enfrentado.

 

‘Porrúa en Bolas’ es un festival de intervención artística que nace de la necesidad de acercar el arte plástico al ámbito rural.La ilustradora y también organizadora del festival, Nieves González junto a la Asociación Cultural Llacín llevaba tiempo pensando como organizar unas jornadas artísticas en Porrúa. La inspiración le llegó en unas vacaciones en Francia al ver unas bolas pintadas con los nombres de dos recién casados. Algo tan familiar como eran unas bolas de silo, que nunca había considerado como lienzo, se convertía en el soporte perfecto para traer el arte a Porrúa. Cuatro años después, lo que originalmente se pensó como una actividad exclusiva para el pueblo, ha hecho que haya gente que conozca a Porrúa como el pueblo «donde hacen las bolas».

Mientras el domingo el ‘Vermú en Bolas’ amenizada la última jornada del festival con la música de El Velcro y Lady Llagar, algunos de los artistas daban los últimos brochazos a sus bolas. Como es el caso de Inés Benito, quien aprovechó un rato antes del vermú para perfeccionar sus cuatro bolas, una representación de un día con la abuela desde su visión a todo color, imaginativa y brillante. Al llegar a Porrúa, la praviana encontró el lugar tan agradable y acogedor que decidió plasmarlo en su intervención. Como ella misma dice: «¿qué hay más prestoso que un día con la abuela?»

El color rosa de las dos bolas de Raquel Lobo también destaca en el prao. La artista llanisca, que lleva muchos años viviendo en Madrid, encontró en este festival una oportunidad para reconectar con el arte asturiano y con los diversos proyectos que tiene en la comunidad. Para sus bolas, Lobo representa una escena pastoral protagonizada por una especie de «alpacas calvas» que guardan cierta distancia con la realidad.

La francesa Eva Bolley, afincada en Arriondas apuesta por los mapaches. Apasionada por pintar elementos de la naturaleza, Bolley integra estos elementos en el ciclo de la vida de las botellas de sidra. Representa el proceso en el que las botellas salen de la fábrica y siempre vuelven para ser rellenadas. En su intervención, en lugar de fábricas, son los mapaches los encargados de todo el recorrido que lleva una botella de sidra.

Siguiendo con la idea de los animales como protagonistas, la británica Eliza Southwood centra su obra en los asturcones, esta vez autóctonos asturianos. “La idea era aprovechar el negro del plástico de las bolas y utilizarlo para el color del asturcón. Luego el fondo lo estoy haciendo en colores para reflejar los bloques de hormigón de Llanes que están pintados por Agustín Ibarrola”.

Al final del pueblo encontramos a Sara Ojanguren y su secuencia de líneas blancas sobre fondo negro. Esta obra forma parte de un proyecto que la arquitecta está desarrollando en diferentes formatos. «Se llama ‘Para nada y la belleza’, y consiste en definir un protocolo, como unas normas que me impongo a mí misma, que son bastante sencillas y geométricas. Estas normas tienen que ver con la creación de un trazo y cómo involucra eso al cuerpo, repitiéndolo de manera insistente a lo largo del tiempo», explica la artista.

Los últimos que aún se encuentran terminado su obra en el prao porruano son Pablo Piñera, Tripple de nombre artístico acompañado de su pinche Daniel,  que están a punto de hacer un descanso. El joven local, aunque se dedica profesionalmente a la psicología, tiene como hobby la pintura y es la primera vez que de atreve a ejercerlo en público y qué mejor que hacerlo en su pueblo.

La guadaña de Paesica, las ondas que el mar dibuja en la arena de Iyán Castaño, el dragón del porruano Nel Gutiérrez, el paisaje abstracto de Elise Florentino, la intervención textil con los trajes tradicionales de Llanes de Llucia Miravalles, el ‘aquí y ahora’ de la bola de Clara Nieto y la pintura loca y divertida de Lucía Astuy también forman parte ahora del paisaje de este pequeño pueblo rodeado de sierras, aunque para el vermú ya habían dejado sus pinturas.

Al final ‘Porrúa en Bolas’ no solo pone de relieve el campo y la actividad ganadera predominante en la villa, sino que también reivindica el arte en la zona rural. “Llevar el arte fuera de la ciudad, se nos llena mucho la boca diciendo que hay que volver a los pueblos, pero un pueblo para que viva tiene que tener actividades, necesitamos de ocio, diversión y cultura”, reivindica la organizadora. Visión que comparten también artistas como Ojanguren, quien, a pesar de residir en Barcelona y considerarse «urbanita», encuentra en esta experiencia su primera incursión en la pintura al aire libre: «La naturaleza y las intervenciones humanas en el entorno tienen una potencia todavía por explorar y está muy bien».

Para Bolley, quien vivía en una zona rural en Francia antes de trasladarse a Arriondas, es fundamental llevar el arte a todos los lugares. Reivindicar esta disciplina desde los márgenes y descentralizarla es precisamente lo que busca promover el festival, y lo que lo hace atractivo. «Los pueblos también pueden ser centros productores de cultura al mismo nivel que una ciudad. Se puede tener todo en un pueblo perfectamente, sin que ello signifique que tenga menos actividades interesantes que una ciudad», destaca Nieves González.

Pintar al aire libre, rodeados de praos, gente y montañas, un lugar privilegiado y una experiencia nueva para muchos de los artistas. Además enfrentarse al gran formato y a la forma redondeada de las bolas de silo ha sido un desafío. La mayoría acostumbrados a hacer sus bocetos en formato digital, la réplica ha sido más difícil de lo esperado. «Normalmente trabajo en miniaturas y puedo controlarlo todo mejor, pero este soporte se me escapa completamente. Es todo un reto», admite Lobo, quien ha conseguido encontrar el equilibrio aceptando que no se puede ser tan detallista en este formato. Como es el caso de Tripple, «el diseño lo hice con el iPad en digital y ahí es muy fácil poner detalles, pero luego te encuentras con una bola de silo de 4 metros y cuesta llenarla», dice entre risas.

En total han sido sobre unas 55 bolas las que se han pintado, 35 de ellas por quince artistas seleccionados que tenían como único requisito ser de Asturies o residir aquí. Este año González, ha apostado por la diversidad de manifestaciones artísticas, no limitándose solo a la ilustración, sino incluyendo moda, collage y cómics: “Buscamos artistas asturianxs y luego a partir de ahí nos daba igual la edad o la formación, lo que queríamos eran distintos tipos de manifestaciones dentro de que sea gente que se dedique más o menos al arte o que esté produciendo obra plástica”.

Lo que empezó para González como una actividad a la que no se apuntaría ningún artista, ha acabado con convocatorias de las que podrían salir hasta tres festivales. Y es que esta intervención artística efímera tiene algo especial que las y los artistas han sabido ver. Las obras de estas quince creadoras y creadores están destinadas a ser degradadas por la lluvia, el sol y el viento, y dentro de unos meses los ganaderos las abrirán para alimentar a sus vacas. Esa dualidad es parte del encanto, estas bolas temporales darán paso a que el próximo año otros tantos artistas sean los que adornen los praos de este pueblo y los hagan más bonitos si cabe.