Si no fuera pintora Mabel Lavandera (Xixón, 1951) habría sido diseñadora de moda. Los mismos colores que impregnan de vida sus cuadros desfilarían por pasarelas o lucirían en vestidos veraniegos al sol suave de Xixón. La infancia de Lavandera transcurrió entre el Llano y Somió y entre los hilos coloridos del negocio familiar. Su abuela enseñó el arte de coser a las modistas de Porceyo, su padre, después de trabajar en el Corte Inglés, montó una exitosa mercería. La mercancía que pululaba por la tienda llamaba la atención de la pequeña Mabel que muchos años después representaría ese universo de colores en ‘La niña de las hilaturas’ que realizó como cartel para un 8 de marzo y ahora forma parte de la colección del Museo de la Casa de Jovellanos.
Mabel Lavandera en la exposción ‘El Juego de la Pintura’ en el Museo Barjola
Además de hilos y vestidos, Mabel tiene bien presente muchas imágenes de su infancia en la posguerra. La xarre de la leche, los coches que funcionaban a manivela, la barbería de la esquina o la colchonera que variaba los colchones subida a una tortuga integran un imaginario que seis décadas después sigue colándose en su obra. Mabel adora la pintura, aquella en la que vuelca sus emociones, que usa para tener un diálogo consigo misma y que a veces también le sirve de consuelo. Ama tanto su oficio, que entre los proyectos que aún le quedan por hacer está el de construirle un altar a la pintura. Ha navegado por muchos estilos, formatos y técnicas, pero, aunque a veces flirtee con lo abstracto y lo geométrico, se define a sí misma como una artista figurativa y una ilustradora. Lo lleva siendo desde niña, cuando pasaba los fines de semanas realizando carteles que luego exponía en el colegio. Siente fascinación por el antroxu, al que ha dedicado infinidad de carteles y prefiere los colores vibrantes que le dan energía.
Mosaico ‘Alegoría de la historia del teatro’, de Mabel Álvarez Lavandera y Ricardo Rodríguez Deus, en el Paseo de Begoña.
Algunos aún no conocerán a la artista, pero han pasado infinidad de veces por delante de su obra y puede que hasta se hayan resbalado con ella. En 1992 se reformó el paseo de Begoña y junto a otros tres artistas del grupo ‘KULA’ creó el mosaico que sirve de antesala al Teatro Jovellanos. Mabel se formó en la Escuela de Arte y Decoración y su primer maestro en la pintura fue Alejandro Mieres con quien mantuvo una estrecha amistad hasta el final de su vida. Su hijo Juan, también artista y amigo de Lavandera, recuerda las primeras veces que la vio pasar por el taller de su padre: “Estaba preparándose para Bellas Artes y era muy peculiar. Siempre ha tenido un estilo muy personal, no atiende mucho a modas”. Después de tres intentos, a los 23 años consiguió una plaza en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde conoció a varios colegas gracias los que consiguió sus primeros trabajos como ilustradora. Antes de volver a Xixón pudo vivir en la capital los años previos al boom del diseño y recuerda con cierta nostalgia que antes el trabajo de las ilustradoras sí se pagaba bien. Ahora no tanto.
En Madrid también estuvo en contacto con el movimiento feminista, realizando carteles para la Librería de Mujeres. No era su primer rodeo, en Asturias ya andaba con las fundadoras de la Asociación Feminista de Asturias (AFA), para quienes ya había dibujado aquella ‘Niña de las hilaturas’. Las mujeres y su lucha componen una parte importante de su obra y recientemente ha ilustrado el libro ‘Porque las palabras no se las lleva el Viento’ de la dirigente feminista Teresa Meana Suárez en defensa del lenguaje no sexista.
Con todo este bagaje en los años 80 se convirtió en la profesora de arte de las niñas de 1º de BUP del Colegio Santo Ángel. Las alumnas de aquella escuela acostumbradas a la disciplina de las monjas recibieron su llegada como un soplo de aire fresco. “Era una mujer libre y nos escuchaba mucho”, recuerda María José de la Roza, una de aquellas niñas de la promoción de 1988. La pintora “al ver aquellas crías encerradas en una clase” decidió sacarlas a pasear. Iban a la Casona de Jovellanos a ver los cuadros o a la Escalerona y al Muelle a pintar del natural, algo casi revolucionario para las chicas que les permitió mirar el mundo de otra manera. “Hay una anécdota de la que no me olvido. Fuimos de viaje de estudios a Madrid y cuando paseábamos por La Granja le escuché comentar: ‘estoy pensando que este prado es muy puesto para hacer el amor’”, relata entre risas De la Roza. “Era y es un espíritu bohemio. ¡Yo no se que pegaba en ese colegio! Pero me alegro de que estuviera”.
‘Gitanos de Montjuic’, Isabel Steva Hernández ‘Colita’, 1963.
No durómucho. Aunque al principio le dieron “carta blanca” su trayectoria como profesora terminó en un día de la Paz. En el patio interior del colegio habían organizado una exposición para celebrar la efeméride con fotos y frases de grandes hitos del pacifismo como Gandhi o Teresa de Calcuta. Mabel, declarada antibelicista y casada con uno de los primeros objetores de la ‘mili’ escogió como cartel para la exhibición una fotografía de Colita, que muestra a un niño gitano en primer plano y colocó sobre ella la frase ‘Mili yo no. Mili caca’. La obra no gustó a las monjas y cuando la pintora llegó al colegio y se encontró con el cartel destrozado decidió dejar su puesto. “Yo dije, estamos aquí con todo ese lenguaje de la Iglesia de el ‘no matarás’ y ¿vais a quitarme esto?. Y me fui”, comenta con tranquilidad. Mabel Lavandera parece una de esas personas que no se altera. Que tiene claras sus ideas y sigue adelante con ellas, pero no deja que le perturben el ánimo, quizás por eso Juan Mieres la recuerde siempre como “seriota”.
En el centro, de color verde, está el cuadro ‘Encuentro con los elefantes’ y le acompaña un retrato, en la exposición del Museo Barjola.
A sus 71 años aún le quedan muchos proyectos por hacer. Allí donde va le acompaña una libreta en la que realiza retratos bocetados en la distancia y algún día le gustaría convertir esa práctica en una especie de performance que consistiría en realizar retratos en vivo a los presentes. También está esperando una invitación para volver a ilustrar en las páginas de un periódico. En su estudio sigue trabajando en el ‘Juego de la Pintura’, una serie que lleva el mismo nombre de la exposición retrospectiva que se puede visitar en la tercera planta del Museo Barjola hasta el 13 de Noviembre. La muestra se compone de cuadros realizados entre 2009 y 2022. Junto a los lienzos que exploran los límites de lo figurativo se encuentran varios retratos que “humanizan” un poco las imágenes más extrañas. Pintó todos estos retratos en la cuarentena, para ella la pintura es un “colchón de salud mental” y retratar a sus seres queridos fue la forma de sentirse más cerca de ellos mientras durase el aislamiento. Para esta ocasión solo ha reunido cuadros alegres, con tonalidades de colores que transmiten una sensación agradable. Mabel Lavandera se siente en paz y habitualmente recurre a los textos de Tao Te Ching para reflexionar sobre los límites autoimpuestos que le permiten ser libre.
Obra realizada por Mabel Lavandera y su sobrino con los retazos de disintos lienzos, expuesta en el Museo Barjola.