Las obras del artista y director Pablo Casanueva (Ribeseya, 1995), tienen un vínculo muy fuerte con el proceso de reconstrucción de la memoria histórica política. Tiene predilección por las ‘historias menores’ que esta esconde. Son precisamente estos relatos pequeños, aquellos que permiten retratar una época y entender sus heridas. Su rastro, en forma de fotografías, documentos, espacios o su ausencia revelan el camino, los obstáculos y el sentir de una generación, la de marcada por la guerra civil. En su último largometraje documental, ‘Luna‘, cuenta la historia de su propia familia. Concretamente de la rama de su bisabuela, María Luna, que junto a sus hermanos fueron represaliados por el franquismo tras la guerra civil, obligándolos a sufrir destinos dispersos y oscuros. La película se estrenó en el FICX 62 y se proyectó el pasado mates 14 en el MUSOC. La próxima oportunidad para verla en Asturies será el miércoles 29 en Parres.
Casanueva es un autor comprometido con sus valores y atrevido para exponerlos a través del arte, en especial mediante el audiovisual, campo directamente relacionado con el grado superior que cursó en la universidad. Con solo 17 años, rodó ‘Bernabé’, que se convirtió en el primer largometraje grabado íntegramente en asturianu. A este hito se suman más trabajos como los cortometrajes ‘8 filmes sobre la guerra’ (2021), ‘Al final de este viaje’ (2017), ‘La sele construcción de la memoria’ (2017) o ‘Escontra la casualidá’ (2018). También es el creador de la exposición fotográfica ‘Xente’, que muestra la cultura asturiana a través de su gente más mayor y que fue la precursora de este último largometraje, el que muchos consideran ya su ópera prima, ‘Luna’.
Pablo Casanueva, en el Parque San Francisco I Marcos Fernández
—¿Qué te inspiró a hacer cine?
—No soy muy consciente de que hubiese un momento de ‘alumbramiento’. Fue un cúmulo de circunstancias e intereses. Me interesa el arte en general y la imagen especialmente. En el cine encontré el lenguaje para contar historias en el que estoy más cómodo. Primero empecé con la fotografía, con la que sigo trabajando. El siguiente paso con ella fue proyectarla y ponerla en movimiento con el cine.
—Rodaste tu primer largometraje, ‘Bernabé’, siendo muy joven y te convertiste en el primer director en rodar una película completamente en asturiano. ¿Cómo viviste esa experiencia?
—Fue un proceso inconsciente, creo que propia de mi edad por aquel entonces. Eso también sirvió para cogerlo con mucha fuerza, vitalidad y energía. Desde la falta de experiencia, el proyecto me hizo aprender a dirigir a los actores y actrices, a montar una secuencia, a escribirla…. Yo no hice un máster después de la carrera, pero podemos decir que ‘Bernabé fue un máster previo a ella.
—¿Porqué exploras la memoria en tus proyecto?
—Es cierto que la gran mayoría están vinculados a la memoria política y al paisaje. Me parece que el cine es una gran herramienta para narrar estas historias con unas formas muy específicas. El cine nace como un arte de masas y en ese sentido puede ayudar a la difusión de una reconstrucción del pasado con una mirada atenta.
—En ‘Luna’ cuentas la historia de una rama de tu familia, la de tu bisabuela María, que vivió las represalias del franquismo. Al principio de la cinta dices que durante la grabación ‘conviviste con personas que no llegaste a conocer’. ¿Cómo sentiste este proceso?
—Esa frase sintetiza muy bien el proceso de la película. Una de las pulsiones por las que nace ‘Luna’ es por responder a la pregunta de querer saber quién es esa gente que salía en las fotos del archivo familiar. Esas fotos que tanto mi madre, mi abuela y mi bisabuela cuidaron y consideraron importantes. Mi bisabuela y abuela reconociendo a dichas personas y mi madre no sabiedo muy bien quienes eran esos familiares dispersos. Entonces, con esa pregunta en la mente, acabé visitando todos los archivos, los espacios donde estuvieron, vivieron o fueron represaliados… y acabé viviendo con ellos de una manera muy íntima. Por eso, cuando vuelvo a ver esas imágenes, son ya familiares muy cercanos para mí.
—Este trabajo ha necesitado varios años de investigación y producción ¿El cine documental requiere mucha paciencia?
—El cine documental que yo hago, que es muy atento al proceso, es inevitable que pase por muros. Y más investigando sobre memoria política, que tiene un trasfondo en el que durante muchos años se ha pretendido sepultar. Esos muros a veces son muy desmotivadores y tienes que parar durante un tiempo. Volviendo más tarde en busca de grietas y agarrándote también a las ausencias. Dejando que esas ausencias y esos muros convivan con el proceso. Al final son inevitables y consustanciales a la propia memoria.
—¿Son los espacios de la película un personaje más?
—Sí. Todos los espacios que salen en ella están porque tienen que estar. Son los lugares específicos por donde pasaron mis familiares. Bien ellos o bien sus documentos. Cuando comencé la investigación, las imágenes del archivo familiar fueron las que me dieron la pulsión para ponerme a investigar. Una vez que encontré todo lo que pude encontrar, el siguiente paso era ir a los fondos documentales. Bien archivos públicos, militares o privados. Y después los espacios. Estos tres elementos considero que son las herramientas que tenemos la cuarta generación de la guerra para acercarnos a la memoria de nuestras familias: el archivo familiar, los documentos y los espacios.
—¿Cuál fue el momento que más te emocionó mientras realizabas el documental?
—Voy a decirte dos muy distintos: Fui a hacer una visita guiada a la antigua cárcel provincial de Uviéu. Y salí con un dolor de cabeza muy intenso. Yo ya conocía el recorrido que había tenido por allí mi tío bisabuelo, Ramón Luna, que terminó siendo fusilado. El ya conocer la historia y pasar por allí me afectó incluso físicamente. Y otro momento más delicado, que en mi opinión condensa toda la película, es cuando puse un retrato de Ramón Luna a contraluz y vi la huella del dedo de mi bisabuela y su hermana. Evidenciaba un uso repetido y de un cariño y recuerdo a su hermano y su memoria.
—Otra frase del documental, atribuida a Ramón Luna, dice así: «A los pobres no nos pintan». ¿Hoy sigue pasando lo mismo?
—Mi acercamiento a la memoria siempre es a la historia menor. No me interesan tanto las grandes batallas o no me emocionan hasta el punto de dedicarles tantas horas y trabajo. Sin embargo, las historias pequeñas como es el caso de la de mi familia cuenta a la vez la historia de muchas familias de aquí y la propia historia de Asturies. En la película hay momentos en los que yo hago una serie de lecturas, en tres espacios concretamente. Esas lecturas se dan porque la historia pequeña de mi familia ya no puedo trabajarla y tengo que tirar de lo colectivo.
—En una parte de la película, te reencuentras con descendientes de los Luna, tu propia familia. ¿Cómo viviste esos encuentros?
—En la película, pese a trabajar con lo inerte como son los documentos, las imágenes y los espacios, se realizan tres encuentros con generaciones nuevas de los Luna, de esa familia dispersa. Hijos y nietas de los Luna que encontré gracias a realizar la película. Esos encuentros fueron muy intensos, pero también en cierto modo distantes. La familia se desestructuró a consecuencia los posicionamientos políticos y la posterior represión de la dictadura. Y recuperar esa unión íntima es difícil. Incluso con los familiares que encontré en Francia, nietas de los Luna, hay tanta distancia que ellas incluso ya hablan otro idioma. Y se evidenció aún mas esa distancia cuando yo les hablaba más de su abuelo de lo que ellas sabían. Recuerdan a sus abuelos sentados en silencio ya que no compartían el mismo idioma y, por ello, no podían contar su historia.
Fotograma de ‘Luna’ que muestra las fotos de la familia
—¿Es el miedo una barrera para recuperar la memoria?
—Claro. Durante cuarenta años de dictadura obligaron a las víctimas a convivir con los verdugos. Obligados a no llorar a sus muertos o hacerlo a escondidas. Muchas veces, haciendo trabajo de campo, hablaba con familiares de represaliados o asesinados y ellos miraban a los lados y bajaban la voz. Y esto estamos hablando en la década del 2010 ya.
—¿La gente joven tiene ahora más ganas de saber y hablar del pasado de su país que las generaciones anteriores?
—Esa oportunidad fallida de la democracia de reconstruir la memoria histórica hace que nosotros, la cuarta generación tras la guerra, tengamos preguntas. Muchas veces, a falta de protagonistas o testigos de aquellos hechos, la forma de acercarnos a ellas es la forma poética. Y nos toca acercarnos a través de los espacios, las ausencias, los documentos y las imágenes. Se usa la poética como método que nos queda y que evidencia una preocupación de que hay asuntos pendientes en la sociedad respecto a este tema.
—Estrenaste en el FICX y ahora participas en el MUSOC ¿qué suponen estos festivales?
—Cualquier festival de cine es necesario para una sociedad. Y uno como MUSOC, todavía más. Porque habla de cuestiones de solidaridad, inmigración, derechos humanos… y todos estos temas, que en los grandes medios de comunicación y redes quedan muchas veces solapados. Que haya brechas y espacios artísticos para hablar de estos temas es esencial.
Próximas proyecciones de ‘Luna’